Por: David E. Cuevas G.
Doctor en Derecho
Prefiero que todo el mundo esté en desacuerdo conmigo que perder la armonía que tengo conmigo mismo.
Estás, aunque pareciera, no son las palabras de José Raúl Mulino, sino de Sócrates, hace ya más de dos mil años, ello, nos invita a analizar sobre la importancia de la congruencia interna frente a las críticas externas.
En el contexto actual de la política panameña, la gestión del presidente José Raúl Mulino parece indicar una proclividad a la intolerancia y a la corrupción de los ideales democráticos que tanto se han defendido en la teoría.
La llegada al poder de Mulino fue celebrada por muchos como un nuevo amanecer para Panamá, uno que prometía honestidad y transparencia. Sin embargo, el ejercicio del poder ha revelado una realidad inquietante en la que la crítica es silenciada y el desacuerdo es percibido como una ofensa personal. Este fenómeno es característico de líderes que han perdido la conexión con la ciudadanía, convirtiendo el desacuerdo en un antagonismo que perjudica la gobernanza efectiva.
Uno de los aspectos más preocupantes de la administración de Mulino es el uso del nepotismo, pues los nombramientos de familiares en altos cargos del servicio exterior no solo desvirtúan la meritocracia, sino que crean un ambiente de desconfianza y descontento en la población. La elección de su hermano, cuñado y otros familiares cercanos, así como de familiares directos de su ministro de Raciones Exteriores, para ocupar posiciones de poder refleja una clara falta de principios éticos y una desviación de lo que debería ser un gobierno al servicio del pueblo.
El argumento que el Presidente utiliza para justificar tales acciones—la idea de que el país le debe a él y a su familia, por haber estado detenido—es un claro indicio de una visión distorsionada del poder. Esta narrativa no solo es irresponsable, sino que también resta valor a los verdaderos sacrificios y logros de quienes han trabajado por el bienestar de Panamá.
La historia muestra que los líderes que responsabilizan a los demás por sus decisiones erróneas, a menudo terminan alejados de la realidad de la nación que dicen servir.
Por otro lado, el lenguaje peyorativo utilizado por Mulino Quintero para referirse a sus críticos, catalogándolos como «turba» o «cierra calles», revela una falta de respeto hacia las voces disidentes que son fundamentales en una democracia saludable.
Aquel que denuncia injusticias no es un enemigo; es un componente crucial de la vigilancia social que permite mantener el equilibrio de poder.
A medida que se avanza en esta administración, se hace evidente que el poder no corrompe, sino que desnuda a aquellos que lo ejercen. La desviación de la ética, la falta de respeto hacia los ciudadanos y el uso del nepotismo como herramienta de fortalecimiento personal son síntomas de una gobernanza fallida.
Los intentos de imponer pensamientos únicos y la marginación de la crítica ponen en riesgo los cimientos de la democracia panameña.
La arista de los actos de un gobernante dependerá siempre de la perspectiva desde la cual se observe.
Sin embargo, la autenticidad y la ética en el ejercicio del poder deben prevalecer para que una nación prospere. La transparencia, la responsabilidad y la inclusión son imprescindibles para construir un país en el que todos los ciudadanos se sientan representados y escuchados.
La historia de Panamá requiere un liderazgo que, en lugar de dividir, una; que, en vez de ocultar, muestre la verdad, y que, finalmente, reconozca que el verdadero poder reside en la voluntad de su pueblo y no en la imposición del miedo o la soberbia.